La turbulenta verdad del nacimiento de Yuki


Daidoji Yuki

Sab Dic 31, 2005 4:50 pm

Hala, si sus gustan los culebrones, aquí va uno de los güenos con permiso de la Magistrada


La turbulenta verdad del nacimiento de Yuki

I. Una visita furtiva

Kitamura acababa de alumbrar el hogar del centro de la cabaña. Cortó algunas de las verduras que había cosechado aquella misma tarde y las echó a la cacerola. Una íntima sonrisa de satisfacción afloró a sus labios al contemplar cómo crepitaban las llamas, mientras las paredes y su propio rostro se iluminaban con tonos anaranjados y dorados. Había conseguido al fin, tras muchos sufrimientos y vagabundeos, un lugar al que llamar hogar. Pronto, muy pronto, traería a Kyoko, y nada podría hacer más feliz al ronin que ver la felicidad pintada en el rostro de su mujer.
Sumido andaba en estas y otras ensoñaciones cuando oyó un trémulo y sincopado golpear en la puerta.
Acudió espada en mano y con la desconfianza por consejera. Preguntó con tono seco y cortante por la identidad del inopinado visitante. No estaba preparado para oír lo siguiente:

- Hermano…

Asombrado, descorrió el pesado madero que bloqueaba la entrada y abrió. Bayushi Nisawa se desplomó casi inconsciente sobre él.

II. Recuperación y convalecencia.

Cuando recuperó el conocimiento, Nisawa constató que se hallaba tumbado en un camastro y cubierto de pieles. Se incorporó de inmediato: su herida estaba vendada, y bien vendada, por cierto. Notaba cierto escozor que, no obstante, comportaba alivio. Su brazo derecho estaba entablillado.
Miró a su alrededor: no había nadie más, hasta pocos segundos después, cuando la puerta de la entrada se abrió.

- Ah, por fin has despertado.

Era su hermano, Kitamura.

- ¿Quién me ha curado?

Preguntó Nisawa, con tono receloso.

- Yo mismo.

Traía un gran haz de leña en su espalda, que depositó en una esquina de la habitación mientras contestaba.

- ¿Qué tal te encuentras?

Quiso saber a su vez. En ningún momento de la conversación la mirada de los dos hombres se había cruzado.
- Mucho mejor. Te estoy agradecido.
- No tienes porqué. Al fin y al cabo, son muchas deudas las que debo saldar.


Después de eso, se hizo un profundo silencio. Kitamura anduvo atareado adecentando la cabaña, preparando arroz y ocupándose de menesteres por el estilo. Cuando terminó, cogió aperos de agricultor y salió fuera. Estuvo trabajando una buena porción de tiempo. Nisawa podía observarlo a través de la ventana. Parecía diestro como un campesino más.

Cuando regresó, traía en un cesto varios tubérculos. Algunos los almacenó y otros se dispuso a conservarlos como encurtidos. Luego preparó algo de té que ofreció a Nisawa sin pronunciar palabra.

- ¿Qué ocurrió después de que yo llegara?

Preguntó el ninja, dando un sorbo a una rudimentaria taza.

- Estabas casi inconsciente.

Comenzó a relatar Kitamura al tiempo que servía en un cuenco gachas.

- Te metí en la cabaña y luego salí. Me encargué de dos de tus perseguidores. Luego borré todo rastro de tus huellas y de las mías hasta la cabaña. La mañana siguiente a tu llegada, vinieron dos guerreros del clan Kakumae e inspeccionaron toda la aldea. No te hallaron y se marcharon. Así que aquí estás a salvo.
- ¿Cuánto tiempo ha pasado desde eso?
- Tres días. Tus heridas no son graves, pero estabas exhausto
.

“O al menos, eso aparentabas”.

Kitamura ocultó estos pensamientos detrás del vapor de su taza de té y su propio cuenco de gachas.

- Me has curado bien.

Observó Nisawa. Había cierta curiosidad y malicia en cómo pronunció estas palabras.

- Así es. Conozco muchos remedios naturales a base de hierbas y raíces que utilizan los heimin, muy eficaces.

Reconoció sin asomo de vergüenza su hermano pequeño.

El ninja hizo una rápida valoración de su aspecto y actitud. Kitamura vestía ropas pobrísimas, telas recias e incómodas propias de campesino. Tenía el rostro mucho más enjuto que cuando abandonó el clan; sus manos estaban encallecidas y estropeadas; y una cicatriz cruzaba su mejilla derecha. Seguía siendo apuesto, pero había perdido el brillo y la lozanía de su adolescencia. Incluso su mirada resultaba mucho más apagada. Nisawa recordó cómo era cuando todavía entrenaba en el dôjo de su casa: el preferido de su maestro y de su padre, brillante, despierto y alegre. Su rebeldía y en ocasiones actitud desafiante complacía a muchos de los que le rodeaban, pensando que sólo era un estado pasajero, propio de su edad y que, en cierto modo, le confería encanto. Sólo él parecía verlo como era realmente: indisciplinado, desleal, caprichoso. Cuando abandonó el clan, sintió satisfacción porque así le daba la razón. Verle tan desmejorado le hacía pensar en dos cosas: por un lado, existía cierta justicia espiritual que le había vengado. Pero, por el lado contrario, estaba indignado: ¿cómo se podía ser tan estúpido? El haber sacrificado a Nisawa, condenándolo a las sombras no había servido para nada, porque el traidor de Kitamura no había cumplido el papel que le hubiese correspondido a su hermano mayor.
Teniendo estos pensamientos en mente, dijo con voz ronca:

- Aunque te debo gratitud, quiero que sepas que sólo supondrá una tregua… temporal. Para mí y el resto del Escorpión no continúas siendo más un perro traidor.

Kitamura endureció la mirada mientras atizaba el fuego. Añadió un par de ramitas más, secas y quebradizas. Unos años atrás, se habría reído. Pero unos años atrás, no había sufrido tantos y tan penosos avatares.
- Lo sé.
Nisawa examinó en derredor con mirada crítica.

- No puedo comprender que vivas como un heimin más. Mira esta choza. Trabajas la tierra para alimentarte, te encargas de tareas que sólo los criados hacían en nuestra casa. Dime, ¿te compensa realmente este tipo de vida? ¿Era esto lo que deseabas?
- Obsérvalo desde este lado. Gracias a mi situación, puedo mantenerte oculto hasta que sanes sin levantar sospecha.

Un destello travieso atravesó los ojos grises del ronin, haciéndolo más parecido a cómo fue antaño.
- ¿Y qué hay del Camino del Guerrero que decías seguir?Continuó Nisawa, hiriendo certeramente la conciencia de Kitamura
.
Los ojos del interpelado se desviaron nuevamente al fuego y murmuró:

- La situación ha cambiado mucho… Pronto lo comprenderás.

“Eres indigno de portar espada” pensó el mayor de los dos hermanos. El rencor era una asignatura pendiente de Nisawa que el tiempo no había hecho sino alimentar.
Agotado por las fuertes emociones, notó un pesado sopor y antes de que quisiera darse cuenta, volvió a caer en un profundo y reparador sueño. Las hierbas de Kitamura eran mucho más beneficiosas de lo que cabría pensar.

Amaneció una vez más. Los rayos de Amaterasu prometían un hermoso día cuando despuntaron por el horizonte.
Cuando el Bayushi abrió nuevamente los ojos, vio que Kitamura parecía prepararse para un viaje. Cuando vio que su hermano despertaba, el ronin habló confirmó la impresión de este.

- Volveré esta tarde. Hay arroz en esa olla y encurtidos en aquella otra. Sírvete tú mismo. También hay té preparado, sólo debes calentarlo, pero no te lo aconsejo. Si alguien me ve salir y luego observa humo elevándose de la chimenea de la cabaña, sospechará que hay alguien más y vendrá a fisgonear. En caso de que necesites ocultarte…

Continuó señalando a la puerta que daba paso a la habitación de al lado

- … hay ahí una trampilla, en medio del suelo de la estancia. Supongo que no tendrás problemas para encontrarla, pero es indetectable para ojos inexpertos.
- ¿Estaba ya ahí?

Preguntó con curiosidad el ninja, incorporándose.
Ciñéndose la katana (no había rastro de wakizashi) al obi, Kitamura respondió sin mirar:
- Sí. Es una cabaña muy antigua y estaba abandonada desde hacía mucho. Los anteriores habitantes eran un matrimonio de ancianos. El marido fue una vez jefe de la aldea. No creo que nadie que conozca la existencia del escondrijo viva ya.
- Sin embargo, tú la detectaste. La sangre de nuestra familia habla a través de tus actos, por mucho que reniegues.
Su joven hermano no respondió. Había previsto el ataque y pudo encajarlo.
- Bien, como ya he dicho, he de marcharme.
- Espera, Kitamura.

Este se detuvo cuando sus manos se posaban ya en la lista de madera de la puerta de entrada.
- ¿Adónde vas? ¿Cómo sé que no vas a traicionarme?

Preguntó con voz ronca Nisawa. La mano que tenía bajo las mantas sostenía un shuriken, cuyas puntas se hallaban impregnadas de un potente veneno.
- Voy en busca de una persona. Me temo, en cuanto a la segunda cuestión, que tendrás que confiar en mí del mismo modo en que yo lo he hecho en ti. ¿O acaso crees que no estuve tentado de abandonarte a tu suerte temiendo una treta?
- ¿Quién es esa persona?


Prosiguió con sus preguntas Nisawa. Los ojos le brillaban colmados de sospecha.
- Alguien de confianza.
Kitamura seguía dándole la espalda desafiante, como siempre había hecho a lo largo de todos esos años. Descorrió el madero y se dispuso a salir. La mano izquierda de Nisawa tembló.
Unos segundos después, la puerta estaba cerrada; las pisadas del samurai se oían alejarse y un doliente Nisawa se dejaba caer sobre el jergón.
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A.K.A. Luciah


Daidoji Yuki

Mar Ene 03, 2006 8:14 pm

2ª, pero no más interesante entrega...

Nisawa durmió de nuevo durante horas. Despertó de golpe, cubierto de sudor: en sueños había revivido cada movimiento del asalto a la casa del magistrado y la angustia había vuelto a él. Cuando comprobó dónde se encontraba, suspiró de alivio y se recostó relajado, para, al momento, volver a sobresaltarse: ¡inclinada sobre el fogón había una mujer! Y ni rastro de Kitamura. Aunque… No, su oído detectó ruidos en la habitación de al lado: su hermano debía de hallarse allí.

- ¡Ah!
Exclamó la mujer alzando la vista

- ¡Ya habéis despertado Nisawa san! Kitamura me habló de vos. ¡No sabía que tuviera ningún hermano!
Nisawa estaba aturdido.
Aquella joven vestía un kimono fino, su peinado, aunque sencillo, era impecable, y sus modales se revelaban exquisitos.

- ¿Quién… sois?

Kyoko rió tapándose la boca.
- No me habléis con tanta formalidad, no soy más que una campesina. Y la mujer de vuestro hermano. Me llamo Kyoko, provengo de la aldea Shizuoka. Vos sois Bayushi Nisawa san, samurai del clan del Escorpión. Mi esposo me ha explicado que os atacó un animal mientras veníais hacia acá para hacernos una visita. No os preocupéis, os trataré lo mejor que pueda. Me siento muy honrada, aunque no merezca por mi posición semejante honor…Kitamura descorrió el fusami e hizo su entrada en la habitación.

- Ah, Nisawa, veo que ya conoces a mi esposa
Dijo mirando a Kyoko.
Luego reparó en el asombro de Nisawa.
- Así es, Nisawa: he tomado mujer. Ahora, ¡cenemos para celebrar su llegada! He traído saqué que compré en la aldea de al lado: es la más reputada en licores de la comarca…
El ronin parecía otro: ¡Esa! ¡Esa era la mirada que su hermano mayor recordaba! La juventud había vuelto al rostro de Kitamura, en cuyos ojos ardía nuevamente la llama de la vida.

“No es para menos”

Pensó Nisawa. Si realmente Kyoko era campesina (cosa que dudaba mucho, aunque por otro lado le extrañaba que su hermano fuera tan tonto como para dejarse embaucar) poseía unos rasgos extraordinarios para su condición. Una auténtica belleza de rostro ovalado y rasgos como cincelados por un hábil escultor, a los cuales la Naturaleza había bendecido con hermosas tonalidades: el rubor de sus mejillas recordaba a las flores del almendro, sus labios eran rojos como cerezas, y la oscuridad de sus ojos y el espesor de sus cabellos y pestañas no tenían parangón con el de ninguna otra mujer que Nisawa hubiera conocido, y había estado en muchas cortes y casas de té.

Esa noche cenaron más lujosamente que los días anteriores: Pescado, arroz, sopa miso y té. Después bebieron saqué y comieron dulces mochi.

Kyoko se despidió diciendo que estaba agotada, y fue pronto a dormir dejando a los dos hombres solos, bebiendo el fuerte vino de arroz.

- ¿De dónde la has sacado?
Pudo preguntar al fin entre susurros Nisawa. Su voz dejaba ver que la situación no le inspiraba confianza.

- Estabas deseando saberlo, ¿verdad?
Respondió su hermano con algo de burla, pero sin malicia. Se le notaba feliz, y así lo evidenciaban el color de sus mejillas, de ordinario tan pálidas y faltas de vida.

- Escucha, ¿qué es ese cuento de que es una campesina?
- Es la verdad. Algo tan aparentemente ficticio y ajeno a las apariencias sólo puede ser cierto. Deberías saberlo.

No queriendo agotar la paciencia de su hermano, Kitamura se dispuso a explicar la historia de Kyoko.
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A.K.A. Luciah


Daidoji Yuki

Vie Ene 27, 2006 2:41 pm

III. El samurai y la joven campesina.

Kyoko nació y creció en la aldea de Shizuoka. Siendo más bien delicada de salud y poseedora de tanta belleza, sus padres no veían el momento de venderla a buen precio a algún burdel o casa de té de las cercanías. Así se asegurarían una vejez en la abundancia: su hija ganaría mucho dinero y los mantendría. No tendrían que tocar el arado ni una sola vez más hasta que murieran.
Sus planes se truncaron cuando un ronin despreciable y corrupto llegó al pueblo y, en compañía de sus compinches, se apoderó de él. Por supuesto, reclamó a Kyoko para sí mismo. Al parecer gozaba del favor de un daimio con ciertas influencias, y no encontró oposición ninguna.


Conozco el pueblo de Shizuoka y la historia.

Le interrumpió meditabundo Nisawa, antes de acabar de un golpe con el saqué de su vaso.

Así que tú eras el ronin que mató a Junichi. Sabías perfectamente que esa aldea está en nuestro territorio, ¿verdad? ¿Qué demonios hacías allí? Sabes que tienes el paso prohibido en nuestras tierras.

Bueno, la verdad…


Kitamura se rascó la cabeza y luego se encogió de hombros.

La verdad es que me perdí una noche de niebla. Debí cruzar la frontera sin darme cuenta.

¿Qué?

Pues… Estuve dos días perdido en un denso bosque y, a la mañana del tercer día, sin saber cómo, llegué a esta aldea.

Nisawa movió la cabeza incrédulo. Kitamura sonrió.

¡Quizás me guiaron las Fortunas!

¡Estúpido! ¿Quién eras tú para inmiscuirte en nuestra política? Pero una vez más, la suerte estuvo de tu parte. El señor que protegía a Junichi murió al comer algo en mal estado… (En este punto, fue Kitamura quien dejó entrever incredulidad mediante una sonrisa)

… y su rival directo no tenía interés alguno en Shizuoka ni en lo que allí ocurriera, por lo que no investigó la muerte del ronin y sus hombres. Por eso, y sólo por eso, estás vivo. Además de que, claro…

Tras una breve pausa, añadió con tono sombrío:

Sabes ocultar tus huellas…
Como Escorpión que has sido y sigues siendo
-

Como ya he dicho, quizás las Fortunas me guiaron para hacer un bien.

¿Cómo puedes ser tan arrogante? Resulta ridículo que hables de ese modo vistiendo esas ropas y habitando esta covacha.

Ten cuidado con tus palabras, Nisawa. No poseo la paciencia antaño.

Las miradas de los dos hombres se entrechocaron como lo podían haber hecho las hojas de dos espasdas. Tras un instante, Nisawa la suya

Eso no explica porqué Kyoko es tan instruida.

Quiso saber el ninja para romper la tensión. Se sirvió más licor y luego permitió que el ronin hiciera lo propio.

Claro que sí. En cuanto pude, me encargué de que instruyeran a Kyoko en leer y escribir, y también algo de historia. Deberías ver las hermosas caligrafías que es capaz de realizar.

Te debió resultar muy costoso.

Kitamura asintió, vertiendo más saqué en su vaso y en el de Nisawa.

¿Por eso vendiste tu wakizashi?

El ronin asintió otra vez, desviando la mirada.

Era de mejor calidad de la katana, ¿no es cierto?

Volvió a asentir.

También trabajé muy duro durante unos meses. Pero fui afortunado: mientras dejaba a Kyoko al cuidado de las monjas de un templo consagrado a Benten para buscar trabajo como yojimbo, tuve la oportunidad de ver cómo una comitiva era atacada por bandidos. Ayudé a defenderla, y luego la señora que viajaba en el palanquín bajaba de él personalmente para darme las gracias. Resultó ser la amante de un poderoso señor grulla…

Yuriko Katsumoto…

Murmuró admirado Nisawa.

Así es

Confirmó Kitamura

Veo que las redes de información Escorpión siguen funcionando igual de bien que siempre.

He escuchado todas estas historias. Cada uno de esos hechos llegaba a mis oídos, y no podía imaginar que eras tú quien andaba detrás.

“Si es así, he de ser más precavido”
Pensó Nisawa

Siempre se decía que se trataba de un guerrero muy fuerte y de extraordinarias, aunque extrañas, habilidades. Volví a saber de ti hace sólo unos meses, cuando Karada me dijo que te habías instalado en esta aldea. Cada vez comprendo menos porqué estás aquí.

Porque sencillamente Nisawa, aquí puedo ser feliz. Aunque… Olvídalo: creo que no lo comprenderías.

Aquellas palabras hirieron al ninja mucho más profundamente de lo que Kitamura hubiese podido suponer. En silencio, el Bayushi hizo un juramento y se propuso llevarlo a cabo costase lo que costase. Lo consiguió, pero de eso hablaremos más tarde.

¿Qué hay de estas técnicas extrañas que dicen que utilizas? ¿Has creado un estilo nuevo?

No, ni hablar. No dispongo de la tranquilidad necesaria. Me limito a combinar lo que he aprendido por mi cuenta.

¿Por tu cuenta?

Un viejo y aparentemente anónimo eremita me enseñó una de las técnicas Kakita antes de morir… Pero no esperes que te cuente con más detalle esa historia. La fusión de lo que nos enseñó nuestro maestro con el saber Kakita proporcionan a cada ataque una gran velocidad y contundencia.

Comprendo. Continúa. Te convertiste en protegido de Yuriko…

Kitamura sacudió la cabeza.

No, claro que no. Pero habló a favor mío y de Kyoko a… ya sabes quién. Pudimos quedarnos en esta aldea de sus tierras, y a mi mujer no le faltó instrucción y ropas bellas…

¿Pediste sólo eso a cambio de tu ayuda? ¿Te lo concedieron sin más? Mmm... No creo que fuera tan nimia fue tu actuación como aparentas. No me lo trago.

El ronin alzó una mano.

Está bien, pero no pienses que te oculto nada. Es cierto que quedaron favorablemente impresionados por mi esgrima. A partir del ataque, escolté a Yuriko Matsumoto hasta su destino. Me ofrecieron convertirme en sirviente del Clan Daidôji. Pero no quiero ser un soldado. Sólo ansío vivir en paz con mi mujer.

Esta vez fue el turno de Nisawa de sacudir la cabeza.

Tan estúpido como siempre… Hermanito: no tienes remedio…

Brindemos por eso. ¡Kanpai!

Nisawa no le vio la gracia.
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A.K.A. Luciah


Daidoji Yuki

Jue Feb 02, 2006 8:21 pm

IV. Lentamente, se va tejiendo la traición.

Justo al día siguiente de la llegada de Kyoko empezaron las primeras nevadas del invierno, que esa temporada se había adelantado mucho. Kitamura se felicitó por haber sido tan previsor. Sin embargo, aquel acontecimiento también significaba que Nisawa no podría abandonar la cabaña hasta la llegada de la primavera: la nieve bloquearía los caminos en cuestión de horas. Kitamura le hizo jurar y perjurar que no haría nada que pusiese en peligro la tranquilidad de su hogar. Hasta ese momento no le había preguntado nada acerca de la misión que le había conducido malherido hasta su puerta, pero ahora quería cuando menos saber a qué debería enfrentarse llegado el caso.

Te vuelves paranoico

juzgó con sequedad Nisawa.

Nada va a ocurriros a ti o a Kyoko. De ser así, ya hubiésemos tenido problemas.

Kitamura se vio obligado a admitir que esto era verdad, pero por las noches no dejaba de darle vueltas a la situación y, al menor sonido extraño, se alzaba del futón con la espada envainada bien sujeta. Con el paso de las semanas sin embargo fue tranquilizándose y, finalmente, calmóse por completo.

La convivencia entre los tres era extraña. Al menos, para los dos hermanos: Kyoko, desde su ignorancia, no parecía sorprendida o incómoda. Por el contrario, siempre estaba sonriente y feliz de tener por fin una casa en la que establecerse, y de que su esposo tuviese parientes. Cada vez que sostenía algo entre las manos, Kitamura acudía rápidamente a ayudarla, pero ella lo repelía riendo:

¡Basta Kitamura! Iré yo sola al río, como las demás mujeres de la aldea… ¿Qué pensarán sino? ¿Qué no soy siquiera capaz de lavar la ropa de mi marido? ¡Serás el hazmerreír de los demás!

Y se marchaba, alegre como un rayo de sol con una gran cesta apoyada sobre la cadera. Los hombres en la aldea admiraban su belleza, pero ninguno se atrevía a proferir comentario alguno en voz alta: era la mujer de un samurai.
Las demás no la veían como una amenaza: pese a su finura, su belleza y sus en ocasiones delicados modales, Kyoko se sentía campesina y como tal se mostraba, comportándose como las otras. De este modo la acogieron sin envidias de ningún tipo. Excepto por la ropa; pero siendo las gentes de aquel pueblo en general buenas y honradas personas, había más de admiración que de este sentimiento nefasto cuando exclamaban:

¡Qué hermoso vestido! ¡Qué afortunada eres Kyoko! Tienes un buen marido. Ojalá mi Kobayashi fuese así… Los pocos bus que podemos conseguir se los bebe en la taberna…

Llevaban pues una existencia apacible. Nisawa salía de cuando en cuando por la noche para ejercitarse y no enloquecer después de tanto tiempo escondido en la no muy lujosa, aunque sí espaciosa, cabaña de su hermano.
Aunque la vida de encerrado no era tan insoportable como había imaginado después de todo. La presencia de Kyoko lo hacía todo mucho más llevadero. Él se entretenía en contarle los relatos de las tierras donde había viajado, las historias que había escuchado de niño, o le tallaba pequeños adornos para el pelo. Mientras tanto, Kitamura vendía algunas de las verduras de invierno que conseguía plantar en el huerto, buscaba leña, los abastecía de alimentos y se aseguraba de que no hubiese ningún extraño por los alrededores.

Poco a poco, Kyoko fue reparando en la suavidad del rostro y de las manos de Nisawa, el encanto de su voz y la elegancia de sus ademanes. Su hermano y él eran muy parecidos, pero Kitamura nunca había hablado tanto con ella ni le había contado hermosas historias. Desde que ambos se conocieron y se marcharon juntos de Shizuoka, vagando de pueblo en pueblo y de templo en templo, Kyoko lo recordaba la mayor parte del tiempo con el ceño fruncido y la mirada severa. Por eso quizás dos profundas arrugas surcaban ahora su frente.
Se avergonzó de tener tales pensamientos: Kitamura era su marido. Más que eso: la había salvado de la vergüenza y la miseria. Le había dado un hogar, educación, cosas hermosas y todo su amor. ¿Cómo podía traicionarle de aquel modo?
Nisawa se percató del cambio de expresión de su cuñada en el transcurso de la narración. Viendo el rubor de sus mejillas, se interrumpió:

¿Te ocurre algo, Kyoko chan? ¿Te sientes mal?

Preguntó, aunque creía conocer los motivos de su actitud. No en vano había estado, día tras día, tratando de seducirla mediante la familiaridad y la confianza. Pero algo había ocurrido: lo que en principio sólo iba a ser una venganza, había desembocado en un sincero enamoramiento. Nisawa se había enamorado de la mujer de su hermano, y esto no hizo sino alimentar su rencor: de nuevo, la vida había hecho un precioso regalo a Kitamura que este no merecía.

“Pero esto no te lo permitiré”

Se dijo

“Esta vez, seré yo quien se quede con tal presente”

No, Nisawa san. Es sólo que me he mareado un poco.

Afirmó la hermosa campesina, dándose la vuelta y ocupándose de alimentar el fuego que ardía en el centro de la habitación.
Kitamura había marchado al mercado del pueblo cargado de leña: necesitaban dinero para comprar algunos enseres.

No hace falta que te dirijas a mí de ese modo, Kyoko. Prescinde del san: somos familia.

No sé si es lo correcto

Respondió mientras volvía a girarse con una sonrisa. No esperaba que Nisawa (quien ya se había restablecido del todo) estuviese justo detrás suyo. Dio un ligero traspiés hacia atrás; hubiese caído si los brazos de su cuñado no la hubieran sostenido con firmeza.

Está bien, está bien. Suéltame.

Rogó con voz trémula

Kyoko…

Por favor… Suéltame. No me mires así. Tú mismo lo has dicho: somos familia.

Mírame a los ojos, por favor. Dime que no sientes nada.

N-no… No estoy enamorada de ti. Soy la mujer de tu hermano.


Repítelo mirándome a los ojos como te he pedido, por favor.

Kyoko posó sus grandes ojos negros en las grisáceas pupilas de Nisawa. Sus labios se movieron, pero no emitieron ningún sonido.
Ahora, dejemos caer un piadoso telón sobre tal escena.

V. Unos meses después, nace Yuki.

¡Eres tú, Kitamura san! ¡Qué alegría tan inesperada!

Yuriko san...

Saludó el ronin inclinándose como podía con la niña en brazos. La mujer observó el bulto que Kitamura cargaba en sus brazos.

¿Qué llevas ahí, Kitamura san?

Se trata de mi hija, Yuriko san. Se llama Yuki.


Yuriko agrandó sus ojos y sus labios emitieron una exclamación.


Enhorabuena ¡Es una niña preciosa!

Dijo cuando se acercó para observarla.

Ahora dime, ¿necesitáis algo tú o tu hija? ¿Está bien tu mujer?

Kitamura notó en la boca un ligero sabor amargo cuando respondió:


Yuriko san… Mi esposa ha muerto.

¡No puede ser!


Reaccionó la mujer, cubriéndose el rostro con su abanico.

Cuánto lo siento, Kitamura san. ¿Cómo ha sido?

Después del parto de Yuki. Su cuerpo era demasiado frágil.

Lamento profundamente tu pérdida. Me gustaría ayudarte, como tú a mí una vez. ¿Qué puedo hacer por ti y tu preciosa niña? Acaso…


Yuriko miró la carita despejada y dormida del bebé.

¿Acaso deseas confiarnos el cuidado de Yuki?

Preguntó con dulzura. No esperaba que el ronin respondiese:

A decir verdad, Yuriko san, no deseo separarme de mi hija. Me gustaría entrar a vuestro servicio como guardaespaldas, como ya tuvisteis la generosidad de ofrecerme en una ocasión.

Me sentiré muy feliz y segura de tenerte empleado en mi casa, Kitamura san

Respondió con sorpresa. Le agradaba que no quisiese renunciar a su paternidad. Por un momento, Yuriko había pensado que sin duda no querría hacerse cargo de la niña estando él solo.

De todas maneras, permíteme que lo consulte con mi señor. Él deseaba para ti un destino mejor

Continuó, llevándose pensativa un dedo a un lado de los labios.
Kitamura volvió a inclinarse como pudo, lleno de gratitud.

Fue así como entró en poco tiempo a formar parte de la guardia Daidôji. Lo casaron después con una cortesana Kakita llamada Yama, muy hermosa y perspicaz. Poco a poco, las heridas fueron cicatrizando, pero en su interior continuaba palpitando el mismo dolor. Kyoko no estaba muerta; Kitamura ignoraba su destino. Cuando supo de su traición, pasó todo un calvario hasta que se decidió a perdonarla; no así a Nisawa. Éste despareció como la sombra furtiva que era antes de recibir ninguna represalia. El ronin se resignó a no vengarse y a desconocer si la paternidad del bebé que su mujer llevaba en su seno era suya, pues la propia Kyoko no lo sabía. Kitamura pensó que, al fin y al cabo, su hermano era un experto seductor: ¿por qué no podía perdonar a la mujer que amaba después de que esta hubiera sido víctima de sus malas artes? Por su bien y por el del futuro bebé, al cual descubrió que ya quería, se quedó a su lado.
Pero cuando nació Yuki, Kitamura descubrió que durante ese tiempo Kyoko y Nisawa no habían perdido del todo el contacto, y que estaba preparada para abandonarlo… Llevándose a Yuki.

Lo última vez que Kitamura vio a su esposa fue la noche que la abandonó con su hija en brazos.

Al alba, cuando vayas a reunirte con ese ser despreciable, dile que intente no acercarse a mí o a Yuki… Porque no vacilaré en matarlo, aunque sea mi hermano.

Dijo de espaldas.

Kyoko no cesaba de llorar, de tal manera que no podía apenas articular de forma comprensible sus súplicas.

No miró atrás ni una sola vez, y una férrea resolución guiaba sus pasos. Jamás dejaría que entregasen a Yuki a los ninjas Bayushi. Jamás.
Claro que, en el fondo, las personas sólo somos meras marionetas en manos del destino…
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A.K.A. Luciah


Kakita Saori

Sab Sep 16, 2006 7:43 pm

Off-rol: Es uno de los trasfondos más currados que jamás haya leído. Felicidades.
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Y la espada volvió a cantar, y lo hizo con la voz de su ama...